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[A2] Su opinión, la de mi cuñado y la mía

 Su opinión, la de mi cuñado y la mía


MADRID, 20 (OTR/PRESS)

En una democracia todas las opiniones son posibles siempre que se expresadas sin violencia; y no solo son posibles sino incluso necesarias. Pero admitido este principio elemental de libertad de expresión, convendría matizar hasta qué punto unas opiniones y otras se convierten en algo más que simples formulaciones de nuestros pensamientos. Lo que opine mi cuñado en una tarde de domingo, por muy inteligente que sea, tendrá menos fuerza y será menos importante -objetivamente- que lo que yo opine en cualquier columna por la sencilla razón de la publicidad: su opinión queda en el ámbito familiar mientras que la mía trasciende lo privado y se hace publica para bien o para mal. Esa es, seguramente, la responsabilidad del periodismo lo mismo que la responsabilidad de mi cuñado es formar correctamente en la escuela a sus alumnos.

Siguiendo este razonamiento -que no valora la opinión misma sino su repercusión social- lo que yo diga en esta columna es infinitamente menos trascendente que lo que diga la vicepresidenta del Gobierno incluso en el supuesto de que lo hiciera a titulo personal pero en un ámbito público. Doña María Teresa se reafirmaba tras el ultimo Consejo de Ministros sobre lo que esperaba del CGPJ en el caso del juez Tirado y argumentaba que sólo era su opinión y hasta la del Ejecutivo, pero que tal opinión no iba a influir en el órgano disciplinario que tendrá que revisar el caso.

Pues es posible que no y sería deseable que así fuera, pero la realidad es distinta y con que exista un amago de posibilidad de que tal opinión pudiera pesar en la decisión de los juzgadores, convendría no haber dicho nada. Si todo un Gobierno desea una cosa y lo expresa públicamente una y otra vez, seguramente ese deseo, esa opinión deja de ser eso, una opinión, para convertirse en una presión que planea además sobre las personas que han de tomar la decisión y que están ahí por designio de ese mismo Gobierno y del resto del Congreso. Es verdad que el gran triunfo de nuestro sistema es la vieja premisa de "un hombre, un voto" pero me temo que el principio no es aplicable a la opinión: la opinión de la vicepresidenta del Gobierno no tiene el mismo valor que la mía ni que la de mi cuñado.

Otra cosa es la frivolidad: que el inefable (ya saben, Pepiño Blanco) exprese su opinión sobre el Real Madrid y afirma en público que "le tiene un asco de toda la vida", por mucho ánimus jocandi resulta intrascendente auque inaceptable desde el punto de vista de la educación ciudadana. A los que están en la vida publica no se les pide que carezcan de opiniones personales, pero deben saber las consecuencias que conlleva el hacer públicas esas opiniones.

Andrés Aberasturi.



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Publicado por VRedondoF para A2 el 10/21/2008 10:15:00 AM