Carlos Sánchez - 14/01/200
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Decía Lope de Vega que los castellanos -entendiendo esta acepción como sinónimo de españoles- no piensan, sino embisten. Y Antonio Machado, con su proverbial capacidad de observación, remachó la idea cuando sostuvo que en España, de cada diez cabezas, nueve embisten y una piensa. A Lope de Vega y Machado les separaron tres siglos, pero como se ve este largo periodo de tiempo no fue suficiente para resolver un viejo problema de este país: la incapacidad de resolver los problemas echando mano de la inteligencia en lugar de las emociones.
Sólo en esta clave puede explicarse la ausencia de un debate verdaderamente de calado sobre las causas últimas de las actuales zozobras económicas. En la mayoría de los casos, la discusión se reduce al célebre '...y tú más', que viene a ser una especie de contribución española al pensamiento universal. A falta de premios Nobel en disciplinas relacionadas con el conocimiento, cuando alguien tiene un problema le espeta al contrario que lo suyo es bastante peor. Como se ve, se trata de una pobreza intelectual sin límites que tiene en el parlamento su máxima expresión. Pero sin los deliciosos diálogos del parlamento británico, donde se produjo este maravilloso diálogo recogido en el blog de Joaquín Leguina:
Una diputada laborista, enfadada por el discurso que estaba pronunciando Churchill, lo interrumpió para decirle:
-Si usted, señor Churchill, fuera mi marido, le pondría veneno en el café.
-Y si yo fuera su marido… -contestó el primer ministro con parsimonia- me lo tomaría con gusto. Ahí se acabó el diálogo.
Ya sabe que la sutileza y el ingenio no son el punto de fuerte del parlamento español, pero al menos, a falta de retórica e imaginación, sus señorías deberían dedicar parte de su tiempo a estudiar los problemas de fondo de la economía española. No se trata, desde luego, de una idea original.
En las Cortes Constituyentes, Ortega y Gasset dijo a sus señorías, y así está recogido en el Diario de Sesiones: "Tienen que estudiar la situación económica, porque va a condicionar la posibilidad del desarrollo de España. Así que llamen a los economistas para que les den un diagnóstico de la situación y sepamos qué hacer".
"Y si no tienen economistas en España, insistió Ortega, tráiganlos del extranjero, pero lo más urgente que necesitamos es hacer un diagnóstico". En este contexto nació la célebre idea de Ortega de que una crisis económica puede convertirse en una crisis política y una crisis política en una económica. En otras palabras, como decía el profesor Fuentes Quintana, el problema es que no sabemos lo que nos pasa y eso es, precisamente, lo que nos pasa.
No se trata de un simple juego de palabras. Más allá del grado de intensidad de la actual desaceleración de la actividad económica (algo en lo que no hay ninguna duda), lo cierto es que España tiene por delante un nuevo tiempo económico radicalmente distinto del anterior. Los shocks de oferta que aparecieron en la segunda mitad de los años noventa y que explican el largo periodo de expansión económica: introducción del euro, tipos de interés reales negativos, inmigración masiva o privatizaciones (con el consiguiente aumento de la recaudación) no se van a volver a repetir.
Parece, por lo tanto, que lo razonable es desbrozar lo antes posible el camino a recorrer. Sólo de manera podrá saberse si jugamos a ser California o Florida. De lo contrario, nos quedaremos en tierra de nadie, algo que es el mejor camino para brillar en la mediocridad.
Pero para eso, lógicamente, es necesario saber qué nos pasa. Pinchada la burbuja de la industria inmobiliaria y, en menor medida, de la construcción gracias a la obra civil (un 50% del negocio), la economía española debe encontrar nuevos caladeros útiles para el crecimiento. Pero eso no va a ser posible si en primer lugar no se hace un diagnóstico serio sobre lo que nos pasa. Lógicamente, a no ser que se prefiera esperar a que el catarro se convierte en una pulmonía.
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Publicado por Vredondof para POLITICA el 1/15/2008 03:25:00 AM